lunes, 4 de agosto de 2008

Locura en el balcón

Soy un tipo con suerte, tengo una mujer que no me merezco, porque lo tiene todo. Además de ese gran corazón, su entrega, su dulzura, su belleza, un endiablado cuerpo y lo que me tiene completamente loco: su sensualidad. Aquel día llegué a casa completamente agotado, sin embargo, se me quitó el cansancio de pronto, como si me hubiera tomado un reconstituyente. Al entrar en el dormitorio, me encontré a Gloria en la terraza, embutida en una fina bata de seda que se mecía contra el viento y nada más bajo ella. A contraluz se mostraba su desnudez, además de su sonrisa y unos ojos que hacían lo demás para que de inmediato tuviese una erección descomunal.
LOCURA EN EL BALCON

Soy un tipo con suerte, tengo una mujer que no me merezco, porque lo tiene todo. Además de ese gran corazón, su entrega, su dulzura, su belleza, un endiablado cuerpo y lo que me tiene completamente loco: su sensualidad.

Aquel día llegué a casa completamente agotado, sin embargo, se me quitó el cansancio de pronto, como si me hubiera tomado un reconstituyente. Al entrar en el dormitorio, me encontré a Gloria en la terraza, embutida en una fina bata de seda que se mecía contra el viento y nada más bajo ella. A contraluz se mostraba su desnudez, además de su sonrisa y unos ojos que hacían lo demás para que de inmediato tuviese una erección descomunal.

La abracé con fuerza bajo la suave luz de la luna, era imposible resistirse a tanta tentación. El frescor de la brisa veraniega acariciaba su piel. Mis manos traviesas apartaron la tela y dejaron al descubierto sus hombros, sus senos erectos, en aquel balcón que daba a la calle principal de nuestro barrio.

- Julio, por favor, aquí no – protestó ella.

Yo sabía que esa resistencia solo era parte del juego de seducción que me estaba ofreciendo. Estaba tan hermosa, se sentía tan sexy con aquella fina bata.

Llevaba horas pensando en ella, deseando llegar a casa para encontrarme con esa mujer que despertaba todos mis instintos, los más escondidos, los más salvajes. Soy afortunado de tenerla y de que continuamente me sorprenda con detalles de esos que ella sabe concederme como nadie. Es un ángel, que en ese momento se veía divino con la bata a merced del viento.

Desde que nos casamos no he dejado de tener regalos a cada instante. Le encanta jugar y yo naturalmente le sigo el juego:

- Julio – Volvió a reprocharme como parte de esa travesura de la que ella misma se sabía dueña.

- Eres una putita ¿lo sabías?

- Julio por favor – protestó nuevamente con seriedad en su cara, pero sabiendo que interiormente estaba ardiendo, igual que yo.

Seguí lamiendo y mordiendo su cuello, haciendo caso omiso a sus presuntas quejas. Deslicé mi mano hacía su sexo, que estaba ya totalmente húmedo de excitación.

Lo acaricié y todo su cuerpo se estremeció. Parecía un pajarillo en las manos de un gigante, pero se veía tan hermosa, tan cachonda y tan bella.

- Cielo – me decía ella soltándome la corbata – mejor nos vamos dentro. Aquí en la terraza nos van a ver todos.

Yo sabía que ella solo estaba diciéndome lo que quería, jugar conmigo a ser la esposa fiel, la avergonzada mujercita que se asusta por todo, pero por dentro era otra cosa la que estaba reclamando. Era mi fierecilla indomable pidiendo guerra.

- Princesa, quiero hacértelo aquí, mientras te apoyo contra la baranda – le susurré pícaramente en el oído.

Sé que esa confesión le excitó de forma extrema, pues el escalofrío era perceptible a través de mis dedos sobre su piel. Más aun al ver sus ojos brillantes y en esa sonrisa pícara que me mostró. Desabroché el cinturón de su bata y la deslicé lentamente por sus hombros, hasta que la prenda suavemente fue a parar al suelo.

Su cuerpo moreno al desnudo se mostró glorioso ante la desafiante luna. Su silueta se percibía brillante ante aquella velada cargada de erotismo, y el frescor de esa misma noche quedaba apaciguado con el calor que nos invadía.

- ¿Qué haces cariño? Me has dejado desnuda… - Sexo protestaba ella sin mucho afán.

- Bueno, pues seamos los dos – le contesté invitándome a que hiciera lo mismo conmigo.

Gloria miraba a todas partes, intentado adivinar cuantos ojos podrían estar siguiendo nuestra aventurada maniobra en aquella noche clara y tan especial. Pudieran ser miles los que nos divisaran desde abajo, en la calle o en el edificio de enfrente, desde donde cualquiera podría vernos a la perfección.

Mi esposa, se mostraba nerviosa, igual que yo, seguramente eso nos mantenía aun más excitados. Sus dedos, juguetones, abrieron la bragueta de mi pantalón sacando al exterior mi miembro duro que apuntaba a la brillante luna.

Gloria se aferró a él dulcemente y de igual manera comenzó a masajearlo con la dulzura y el arte que solo ella sabe, logrando hacerme ronronear como un gatito. Me gustaba admirarla, mientras ella continuaba con su estimulante labor de acariciar mi sexo que desbordaba todo el placer por cuenta de aquella hábil mano, al tiempo yo contemplaba su desnudez ante el mundo. Mis manos acariciaban sus senos, sus caderas, su culo hasta fundirnos en un largo abrazo y un apasionado beso.

Podría parecer una locura, algo impensable en unas mentes juiciosas, pero a ambos nos apetecía, buscábamos el máximo placer en nuestras caricias. Su cara de delectación era tan hermosa que ninguna mirada indiscreta podría interferir, es más, la demostración de que ella era mía y de nadie más, era lo que más me atraía; mostrar al mundo que nuestros cuerpos se compenetraban de forma única y que así es como mejor nos sentíamos, como dos personas solas en el mundo.

Ella desnuda y yo aun vestido, como muchas veces nos gustaba estar, ella, mi mujercita querida, mi guerrera salvaje, desnuda para mí, el mejor show que jamás pudiera soñar.

Acarició mi cuerpo por encima de la camisa, buscó las solapas de la americana y trató de bajarla por mis hombros. Yo la dejé hacer, ya que sentía mucho calor, pero eso sería lo máximo que le permitiría desnudarme. Me gusta ser perverso en sus juegos y creo que ella disfruta más así, con mi resistencia. Sus manos trataron de deslizarse hasta mi cintura, pero no dejé que lo hiciera, se las cogí con las mías y la llevé hasta la baranda, donde la apoyé pegando mi cuerpo al suyo. Volví a besarle el cuello. Gloria se estremeció; lo noté en su temblor y en sus ojos. Descendí beso a beso hasta sus senos y eché su cuerpo hacía atrás, por lo que tuve que agarrarla por el temor a que cayera al vacío. Cuatro pisos nos separaban del suelo.

Sabía que habíamos perdido el control por completo, pero también que a partir de este momento se dejaría hacer todo cuanto yo quisiera, y aproveché ese instante. Seguí acariciando su sexo, explorando sus labios vaginales, introduciendo mis dedos en su vagina o en su ano, mientras mi boca exploraba la suya o mordía su cuello o bien lamía su hombro desnudo. Mi reina mora aullaba excitada. Como me gusta verla así, completamente cachonda con mis besos y caricias. Decidí darle la vuelta y ponerla de espaldas a mí, de cara a la calle, sabiendo que ya no le importaba que la mirasen, ahora sólo le interesaba sentir placer, sentirme a mí. Sus tetas colgaban desafiantes hacia la calle, ofreciéndolas al mundo.

Pegué mi cuerpo al suyo. Restregué mi sexo erecto contra su culo y ella empujó hacía a mí para sentirme más. Acaricié sus nalgas. Estaba a mil y yo me deshacía con los besos que mi preciosa dama me proporcionaba sin cesar. Mis manos se aferraban a sus senos hinchados. Los amasé, los veneré mientras acercaba mi boca a su nuca y la besaba. Nuestros sexos se rozaban persistentemente, sedientos de placer. Su respiración sonaba entre cortada y jadeante. Podía ver que tenía los ojos cerrados y se mordía el labio inferior, señal inequívoca de que estaba disfrutando como loca.

Quería sentir mi piel contra la redondez de ese culo que se me ofrecía tan goloso, me despojé del pantalón y al chocar contra sus glúteos, piel contra piel, me sentí poderoso, lleno de la energía que ella me transmitía a través de sus poros sudorosos.

Le restregué lascivamente mi miembro contra su culo, mientras ella emitía pequeños jadeos y suspiros.

- ¡Oh, cielo, como me pones! - Musitó.

- Tú me vuelves loco, preciosa – añadí yo.

Los sexos se frotaban sin parar, embadurnándose mutuamente de sus humedades, disfruté del calor que emanaba su rajita, hasta que sin poder resistirlo más, dirigí mi pene hasta la entrada de su vulva y muy suavemente la penetré. Un suspiro escapó de su garganta y me pareció música celestial que me transportaba a un hermoso escenario. La envolví con mi cuerpo, abrazándola muy despacio y al mismo tiempo con movimientos certeros de mi pelvis empecé a moverme dentro y fuera, dentro y fuera, sin dejar que se apartase de la barandilla. En pocos segundos ambos estabamos gimiendo, excitados. La visión de sus tetas bamboleantes hacia el vacío me embriagaban y no podía más que estrujarlas entre mis dedos sin dejar de penetrarla y aprisionarla entre mi cuerpo y la fría barandilla de la terraza.

- ¡Uhm, Julio, siempre consigues hacer conmigo lo que quieres! – Suspiró.

- Eres tú, la que consigue matarme de placer, princesa mía.

Empecé a empujar con fuerza, cada vez estaba más excitado, percibiendo como mi pene se hinchaba dentro de su estrecha vagina. Al sentir que sus músculos lo apretaban entre sus paredes, me sentí en la gloria. Pero me di cuenta de que si no me detenía me correría y necesitaba que ese momento durara aún más, quería que ella disfrutase como nunca. Por eso, ese instante debía ser largo, excitante y tortuoso.

Saqué mi sexo de su cálido refugio y la giré hacia mí, observando los ojos suplicantes de ardor de mi princesa, una cara que era la máxima expresión de placer y gozo. Acaricié su mejilla, la envolví en mis brazos y la llevé hacía la pared que hasta ese momento quedaba tras de mí. La apoyé en ella y tapé su cuerpo desnudo con el mío. Mi sexo quedaba justo entre sus piernas, que las abrió dispuesta a recibirme de nuevo. Sin mayor dilación, me encajé entre ellas y de nuevo la penetré. Sus piernas me atraparon contra ella al cruzarlas por detrás de mi espalda. Sonreía con picardía y esa mirada me volvió loco, así que no pude oponer resistencia por más tiempo. Empecé a empujar de nuevo, apretando mi cuerpo contra el suyo. Sus brazos se aferraban con fuerza a mi cuello y su boca se pegaba a mi oído dejándome oír sus musicales jadeos y dulces gemidos que me provocaban un placer delicioso. Sentí que no podría resistir mucho si ella seguía apretándome de esta manera y su lengua seguía lamiendo mi cuello como lo estaba haciendo. Empujé una y otra vez, y otra, y otra, cada vez con más fuerza, mientras mis manos apresaban sus nalgas apretándolas con fuerza. Mi sexo se hinchaba, lo sentía; como también sentía las convulsiones de su vagina apretándolo. Sabía que se iba a correr, sus gemidos, sus convulsiones, sus rápidos movimientos me lo anunciaban y se iban intensificando poco a poco hasta llegar al punto culminante en que todo su cuerpo explotó entre mis brazos. Mi pene no resistió por más tiempo y el semen comenzó a brotar inundando su delicioso sexo.

Permanecimos un tiempo unidos, recuperándonos de ese placer que no parecía querer abandonar nuestros cuerpos. Miramos hacia la calle y sonriéndonos nos besamos, sabedores de que aquella inusitada travesura era el regalo redondo para nuestras fantasías más desbordantes.

Nos dirigimos a la cama para continuar con ese juego, pero a partir de ahí bastante más sosegado.

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